lunes, 4 de octubre de 2010

Realidades


Cuan volátiles son los sentimientos. Te acuestas una noche, rindiéndote al sueño tortuoso que provoca el deseo de lo ajeno, y abres los ojos al día siguiente viendo el mundo con colores nuevos. Ni siquiera distintos, simplemente completamente nuevos.
Lo que en la eternidad anterior se antojaba oscuro y doloroso ahora ya no está. Todas las esperanzas volcadas en sueños inalcanzables se revelan ahora como valiosos minutos perdidos.
Y no hayamos la respuesta al porqué de esto en quienes nos rodean, no la encontramos en sus palabras. Leemos detenidamente nuestro espíritu y nuestra alma y comprobamos que el sedoso y opaco velo que se interponía entre el objeto de nuestro deseo y el sol, privándonos así de la luz cálida del astro rey y condenándonos a seguir con anhelo la ténue luminosidad que desprende él, cae rasgado por la realidad, por todas las verdades que fieramente han luchado por vencer y, finalmente, han vencido.
Ya no es su luz la que nos ilumina, ya no son sus palabras lo que nos dirige en la vida, ya no es su deseo lo que imitamos como propio. Su forma de ser, antes dulce y fascinante a nuestra vista, se revela como un monstruo egoísta; ya se ha roto el encanto.
Sin miramientos lo apartamos de nuestro camino y comenzamos a andar llenos de nuevos deseos, o puede que de ninguno.