miércoles, 27 de mayo de 2009

En el vaiven de los recuerdos

Entré en la antigua y polvorienta mansión. Aun era muy temprano, y una suave claridad iluminaba pobremente la habitación. Muy leve era la luz, pero no tropecé con ella, no me choqué contra la deslucida mecedora. La última vez que la vi tenía ocho años y era una niña asustada que se sentaba sobre las rodillas de su abuela cuando no podía dormir. Pasé el dedo por el respaldo áspero y estropeado. ¡Que recuerdos!. Un coche pitó fuera; eran los compradores de la casa. Le dirigí una última mirada al envejecido sillón de madera y una muchacha sonriente me despidió desde la anticuada y raída mecedora con mirada melancólica, invitándome a sentarme y dejar que la gastada silla me balanceara. Me dormí acurrucada contra su alto respaldo, pero al despertar no había polvo ni telarañas, sino que me acunaba en brazos de mi abuela, sentada frente al fuego en la vieja mecedora.

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