jueves, 24 de marzo de 2011

Arena

El sol lucía alto en el firmamento. Pero el cielo no estaba por
colaborar y unos densos y oscuros nubarrones venían guiados por un
áspero aire del sur. Los granitos de arena volaban con el viento y las
olas del furioso mar arremetían contra las rocas, ya pulidas y
brillantes por el paso de los años.
Unas huellas se adivinaban en la arena, guiando por su rítmico sendero
un camino de esperanzas y deseos. Los dos amantes, que dejaban atrás
su aroma en el aire, estela de minúsculas e invisibles chispas de
emoción, imaginaban.
Ajenos a la realidad viajaban juntos por océanos de sueños, navegando
sobre las olas que vibraban al susurro de sus risas, arriando velas
tejidas con ebras de recuerdos.
Pero llegaban ya los nubarrones y cernían su larga y axfisiante
sombra. Los amantes, sumidos ambos en un romántico intercambio de
miradas, no se percataban de la vecina tempestad.
Como encantados por la compañía echaron a correr despistados y
apasionados, hasta que un fulminante y repentido haz de electrizante
luz cayó, y en un abrir y cerrar de ojos desapareció. Ella,
divertida, dejó de danzar a la lluvia y miró atrás. Durante los
pocos segundos que su corazón siguió emitiendo un acelerado y
desbocado palpitar, contempló con angustia el bulto inerte que
instantes antes corría tras ella, que ahora yacía en la arena mirando
al cielo con ojos de cristal, hasta que otro destello fulgurante cayó
sobre ella, sentenciando su existencia y apagando su doloroso llanto.

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